miércoles, 21 de marzo de 2007

Las mujeres invisibles

Las mujeres invisibles no existen, no trabajan en la casa de campo cada noche, no pasean casi desnudas entre sus árboles asombrados, como de bosque encantado venido a menos. Podéis verlas allí, haciendo equilibrios sobre la cuerda floja de sus arcenes, paseando inestables, hermosas, entre el caudal lento y metalizado de los coches. Podréis verlas, pero en realidad no estarán ahí. No tienen papeles que lo demuestren, que les den la identidad y la vida, el derecho a caminar por las calles. Tampoco su trabajo existe, aunque pagan a diario los altos impuestos de la precariedad, la triple cuota diaria de la persecución y el dolor, triple por mujeres, por ilegales, por putas. Tienen tantos jefes al dia como clientes abrazan su fe y los riesgos laborales que asumen son tan grandes que de saberse, harían enrojecer a sindicatos, ministros, primeros de mayo.

Las mujeres invisibles carecen además de voz. Oiréis a muchos hablar en su nombre, nunca a ellas. Cuando las quieran salvar, cuando las quieran proteger, cuando las quieran esconder, cuando las quieran echar, tampoco podréis escucharlas, porque nadie les pregunta nada, nunca.

Son las mujeres transparentes, las de mirada secreta. La sociedad mira a través suyo, las oculta con disimulo bajo la alfombra desteñida del progreso y niega su existencia, porque se avergüenza. No encontrareis a nadie, político o cliente, que admita haberlas visto, haber escuchado de su boca palabra, risa o lamento. Alguien vertió en su copa la pócima siniestra de la invisibilidad social y hoy vagan por los bosques desencantados que circundan las ciudades. Son las mujeres invisibles, los papeles las desmienten, contradicen su existencia, son una hipótesis sin formular aún: princesas confundidas, desterradas, que viven a diario el exilio forzoso de la desesperación.

Sin embrago, cada noche, en la casa de campo, sale vaho de sus bocas cuando ríen, reunidas en torno a la hoguera cómplice de su conversación. Si escucharais con atención las oiríais hablar con una ternura desacostumbrada de sus novios, de sus hijos, de lo que la vida tienen aún reservado para ellas; las oiríais discutir, prometer, lamentarse a veces, aunque discretamente, sin prejuicio de la alegría. Si escucharais, las oiríais también celebrar su cumpleaños un día con pollo rostizado comprado a los ambulantes que frecuentan sus espacios. Luego el brindis emocionado, cerveza y plástico, las palabras que se anudan en la garganta, los aplausos y las risas, los bolsillos de la memoria cedidos ya a fuerza de tanta ausencia.

Mientras a su espalda, el horizonte soberbio de la ciudad duerme tranquilo, ajeno a todo. Pero allí arriba, arriba, está la vida, hablando en muchas lenguas distintas el idioma común de la esperanza. Son las mujeres invisibles. No las podréis ver pero son, tal vez, lo único real.

Fernando Leon de Aranoa.

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